BRUSELAS, Bélgica. Una de las
grandes cualidades de Le Pain Quotidien es que es como un café de
la localidad.
Al entrar y ver los anaqueles llenos
de pasteles y el mostrador donde se puede ver el pan y caminar por
el ligeramente desvencijado comedor con su enorme mesa de madera,
uno se imagina que ha encontrado un maravilloso restaurante local
que nadie más conoce.
"La gente todavía se pregunta si es
una panadería donde se puede comer o un restaurante donde se puede
comprar pan", dijo su fundador Alain Coumont, de 47 años, quien
afirma que en su establecimiento no se sirven alimentos que no
ofrecería a su familia.
Coumont abrió el primer Le Pain
Quotidien en Bruselas en 1990. Actualmente existen 10 surcursales
en toda la ciudad, pero los restaurantes todavía lucen como una
empresa local, un lugar al cual ir por una taza de café, unos
huevos tibios y fresco pan orgánico.
Muchos residentes de Bruselas se
sintieron un poco traicionados al descubrir que justo frente a la
nueva terminal del Eurostar, St. Pancras Station, en Londres, hay
una enorme sucursal.
Aunque la generosidad belga es
todavía una inspiración para el encanto de Le Pain Quotidien, el
espíritu de la compañía cruzó el Atlántico ya hace un tiempo.
Coumont abrió su primera tienda estadounidense en la zona este de
Manhattan, Nueva York. Actualmente existen 16 sucursales en esa
ciudad, 11 en Los Angeles y tres en Washington. Hoy en día, la
compañía tiene 88 sucursales en 11 países y se pronostica que para
este año sus ganancias sean de 165 millones de euros.
Este año se planea abrir franquicias
en España y México. "Existen más clientes potenciales en la ciudad
de México que en París o Bruselas", afirmó emocionado
Coumont.
Para Coumont, hornear pan fue un
pasatiempo que se convirtió en obsesión, pero ésta no es siempre
una base firme para un plan de negocios. Tras fundar Le Pain
Quotidien en 1990, Coumont mantuvo mano firme sobre la masa pero
poco control sobre el dinero.
Eric Boschman lo confirma. En 1992,
él y Coumont establecieron un restaurante independiente- Le Pain et
Le Vin- en Uccle, Bélgica, el cual sigue funcionando actualmente, a
pesar de que ninguno de los fundadores sigue siendo
socio.
"Es increíblemente creativo",
señaló
Boschman, "pero si se desempeña como
director general, seguramente cierras tu tienda".
Y de hecho, una mezcla de adversidad
con inexperiencia condujo a Coumont en 1994 a vender acciones de Le
Pain Quotidien a Van de Kerkhove, panadero industrial de
Bruselas.
Pronto, Coumont perdió todo, excepto
los derechos de propiedad para mercados potenciales en Francia,
Japón y Estados Unidos.
Con la idea de empezar de cero,
Coumont se trasladó a Nueva York, donde llegó a su primer tienda
con martillo, clavos y una brocha. La leyenda cuenta que incluso
tuvo que dormir junto al horno durante varias semanas.
"Cuando llega un concepto belga a
Nueva York, todos los belgas se enteran", dijo Vincent Herbert, de
43 años, banquero nacido en Bélgica que había estado buscando la
antítesis a la feroz competencia de la vida moderna. Coumont quería
a alguien que invirtiera en una nueva tienda en Soho. Herbert se
unió al proyecto y pronto se convirtió en director general de la
compañía PQ Licensing, lo que permitió al chef explotar su
fortaleza creativa.
"Además de llevar a cabo nuestro
plan de negocio, mi otro trabajo es escuchar a Alain y después
decidir si sus ideas e intuiciones son buenas para la compañía",
indicó Herbert. "Dentro de un marco bien pensado, Alain se vuelve
loco, le surgen miles de ideas, pero me deja a mí elegir la
adecuada para el momento".
En 2003 recuperaron la marca,
comprándosela a Van de Kerkhove, por lo que PQ Licensing se apropió
de ambos derechos y de las tiendas en Estados Unidos.
Van de Kerkhove se convirtió en la
principal franquicia belga y Le Pain Quotidien pudo
expandirse.
Hace seis años, comenzaron a
transformar a la empresa en una firma orgánica. Sin tener que ser
fiel a sus proveedores, los procesos ahora son más lentos pero
cuidados. Durante 16 años, Coumont le ha comprado aceite de oliva a
una familia de Túnez y consiguió un proceso de certificación de
tres años, a un costo de más de 450 mil euros. También comenzó a
producir vino orgánico en su granja en Languedoc, Francia. "El vino
es un pasatiempo, como el pan al principio", dijo, y añadió con una
sonrisa de complicidad: "tengo que tener cuidado con los
pasatiempos porque se pueden convertir en horribles
negocios".
International Herald Tribune
amr/ El Universal / Miercoles 10 de Junio